SOBRE EL CONOCIMIENTO DEL COMUNISMO POR PARTE DE LA CLASE OBRERA DE NUESTRO PAÍS.

Enrique Velasco

Una función esencial en el conjunto institucional: ocultar, enmascarar la producción.-

 

En nuestras sociedades democráticas parlamentarias, todas las instituciones, además de su función propia (específica de cada una), desempeñan otra, común a todas ellas: ocultar la forma en que está organizada la producción; ocultar la potencia colectiva de los trabajadores encargados de darnos de comer a todos cada día; ocultar que no son “las empresas” las que empujan ese carro, sino los trabajadores, principalmente los obreros; ocultar que ese trabajo, es el factor principal en el orden y el funcionamiento del país; ocultar que todo el aparato militar, funcionarial, político y cultural, tiene su cimiento, su pedestal, en ese trabajo oscuro y diario de los obreros, sin el cual, ni desayunarían, ni almorzarían, ni cenarían.
Los órganos de la violencia, lo hacen porque pretenden que son ellos el fundamento, el esqueleto del orden, sin el cual no podría ni existir, ni funcionar el trabajo productivo.

El aparato funcionarial (administración general del Estado, Administraciones Autonómicas, Administración Local –Ayuntamientos, Diputaciones-), porque pretenden que sin ellos, no se podrían reproducir los procesos de trabajo en la producción.

Los partidos políticos (actores principales de la actividad política), porque sin ellos, las instituciones funcionarían sin dirección.

El aparato cultural, porque ellos son los que conocen y abren las vías por las que el ser humano encontrará su verdadera esencia y los caminos más fiables hacia su misterioso destino.

Hay que admitir que, ante tareas tan excelentes, fabricar tejas, sembrar papas, hacer muebles, criar cerdos, recoger fruta, etc., no dejan de resultar útiles, pero...no hay comparación.

La sociedad, en su conjunto, nos es presentada como producto de una serie de funciones o actividades, de distinta calidad e importancia.

Un núcleo duro, formado por la producción, las  instituciones técnicas que dan cauce a su continua reproducción, y la fuerza física organizada, que da continuidad y seguridad a este grupo compacto de actividades.

Y envolviendo por completo a este núcleo duro, la política y la cultura.

Con leyes propias en su funcionamiento, acreditadas y contrastadas en una larga experiencia, este núcleo duro lleva una vida casi autónoma, con sus propios movimientos, sus propios impulsos y sus propias correcciones.

En este discurrir monótono y pesado, convertido en una rutina embrutecedora, en un campo desolado, encuentra su lugar la cultura. La cultura, el polo opuesto a esa pesadez y esa monotonía. Con sus ideas, sus ideales, sus proyectos, libres de toda influencia, con la pureza que da no estar sujeta a las leyes “implacables” del núcleo duro, con la osadía de no obedecer más que a la propia conciencia. La cultura, abriendo caminos nuevos al pensamiento humano, en pos de la belleza, de la libertad, de la fraternidad universal; en busca de lo más escondido e íntimo del  individuo.

La cultura se propone, dulcificar, humanizar, racionalizar, hacer más inteligente, más tratable, ese mundo áspero y gris de la producción y sus instituciones reproductoras; hacer mejores a los individuos atrapados en sus actividades, en sus organismos.

El teatro, el cine, las novelas, la literatura en general, la poesía, las ideas religiosas a través de todas las iglesias, los ateneos culturales, todas estas actividades se encaminan a rescatar lo mejor del individuo, que anda perdido en el laberinto creado por él mismo.

Junto a la cultura, que aporta las ideas, la política sería la actividad que, partiendo de éstas, tiene la capacidad de hacerlas penetrar en el cerrado mundo de la producción-reproducción.

De esta manera presentado el asunto, sólo la política y la cultura, están en condiciones, tienen la capacidad, de arrancarnos de las leyes tiránicas que nos imponen, ese conjunto compacto y granítico que forman la producción y el aparato institucional que la reproduce.

La prensa, la radio, la tele, los libros, los hombres de pensamiento, así nos lo muestran. Si no nos rebelamos, instruidos por nuestra mayor cultura, y exigimos a nuestros políticos, una acción enérgica y radical que nos acerque a una sociedad, más igualitaria, más solidaria, más justa, el núcleo duro, nos engulle, nos traga.

Está claro quienes son los actores del cambio, del camino nuevo, de la liberación; quienes son los protagonistas de las iniciativas sociales en nuestros países: los agentes de la política, y los agentes de la cultura.

Así consiguieron “tapar” a los obreros y a su forma de trabajar, que quedaron en el fondo del paisaje: en la producción.

 

La política, vigilada por la cultura, que le suministraría nuevas visiones de unas nuevas rutas, vendría así, a representar la mejor, y en realidad única, esperanza de un mejor porvenir para la sociedad, y para los obreros, como parte de la misma.

En todos los programas de todos los partidos encontramos esta posición.

La profundización de la democracia, es decir, la participación masiva de los individuos en el nacimiento y la vida diaria de las instituciones, permitirá ir consiguiendo transformar la sociedad, hacia modelos más justos, más solidarios, más equitativos, más transparentes.

Esta labor, en la que la cultura ocupa el lugar de la levadura en el pan, y la política el de la dirección de todo el proceso, ocupa por completo el frente activo que se ofrece hoy en Europa, a toda la juventud trabajadora.

Esta oferta de participación creativa en las instituciones, como instrumento de transformación progresista de la sociedad, concreta de forma bastante exacta, lo que venimos diciendo sobre la función institucional de velar (poner un velo) al papel central de la producción material en una sociedad.

Los partidos de los trabajadores, el P.S.O.E y el P.C (Izquierda Unida-Verdes) en nuestro caso, es ésta la oferta que hacen a los trabajadores. Conquistaremos (en la mayor medida posible) la dirección de las instituciones (gobierno, Parlamento, principalmente),  y desde allí, transformaremos (poco a poco) la sociedad, a nuestra medida.

Este es su programa (conjunto de acciones, de actuaciones, con los medios para llevarlas a cabo); ésta es su política (dirección de estas actuaciones hacia la consecución de determinados objetivos).

Y en estos programas y en estas políticas, no aparecen los medios que apunten al objetivo de convertir al obrero (al obrero colectivo) en amo (propietario de los medios de trabajo y director de los procesos) de la producción.

Objetivo que habíamos caracterizado como la meta central del comunismo. Y ésta ha sido la meta siempre del comunismo histórico.

Y sin embargo, aparece como la finalidad propia, en los estatutos de la más humilde de las cooperativas, o de las sociedades laborales.

Esta incoherencia (falta de conexión, de unión entre las cosas) nos habla de la pobreza teórica en que se mueven los partidos de los trabajadores españoles, y de los de los europeos todos.

Si las instituciones, básicamente, tienen como función reproducir los procesos de trabajo, mejorándolos si es posible en cada ciclo; las instituciones no van a cambiar nunca el proceso de trabajo que reproducen; precisamente su función es re-producirlo.

En un proceso de trabajo por cuenta ajena, la reproducción implica conservar  la posición del empresario, como propietario y como director, y al obrero como ejecutor obediente, con la violencia como medio (agazapada, como coacción- si no cumples, te echo-, o viva y operando). Se hace por tanto, muy difícil pensar, que las instituciones, que son las encargadas de actuar la violencia, con tal de asegurar el funcionamiento normal (la reproducción), sean el instrumento a través del cual se va a transformar el proceso de trabajo.

La reforma de las instituciones, su mejora, la creación de nuevas y mejor dotadas, depende, fundamentalmente de la producción, más exactamente de quien dirige la producción. Los obreros, como tales obreros, no consiguen hacer funcionar ninguna institución que no pase enseguida a formar parte del  engranaje general de la reproducción del capital. Eso ocurre con sus sindicatos y con sus partidos. Y es lógico, ya que como tales obreros forman parte del engranaje productivo, al que sirve el engranaje de las instituciones.

Una institución, como el mercado de capitales (La Bolsa), como las Cortes (el Parlamento), como la Guardia Civil, como un Sindicato, como un Partido Político, como una Facultad de Informática, pueden funcionar bien o mal. Su buen funcionamiento mejorará las condiciones de reproducción que tiene la producción; su mal funcionamiento, empeorará su eficacia, y acabará sustituida por otra más eficaz.

El funcionamiento de las instituciones no puede cambiar la producción, no tiene capacidad para eso; funciona bien o desaparece. La producción sí que hace nacer, transformarse o desaparecer las instituciones.

El comunismo no ha de cambiar las instituciones. Ha de cambiar la producción. La nueva producción irá precisando nuevas instituciones, que nacerán a medida que sean necesarias.

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